Elecciones y cómo diferenciar comunismo de revisionismo

Durante noviembre y diciembre, la agenda política del país está enteramente marcada por las elecciones presidenciales y parlamentarias: el recambio de gobierno, la autodenominada “fiesta de la democracia”, la “elección popular” de quién gerenciará el Estado de Chile los siguientes cuatro años.

Para los sectores revolucionarios del pueblo, resulta sencillo argumentar que la sarta de promesas que jamás serán cumplidas y la exhibición de supuestas “diferencias de fondo” entre los distintos candidatos son muestras claras de que las elecciones son una farsa, un circo electoral que puede llegar a entretener por lo burdo, pero que no entrega ningún beneficio para el pueblo.

Sin embargo, solo plantear la consigna de la farsa electoral es insuficiente. Se hace necesario profundizar y decir que, en realidad, las elecciones son un mecanismo que busca legitimar aquello que es ilegítimo: la dominación de un ínfimo puñado de grandes burgueses y terratenientes al servicio del imperialismo sobre la inmensa mayoría de la población. Y más aún, cuando en la presente disputa electoral se presentan candidatos que se autodenominan “comunistas”, se hace especialmente necesario señalar que la posición frente a las elecciones es una cuestión que marca una profunda línea divisoria, en términos ideológicos y políticos, entre comunismo y revisionismo.

La lucha de clases es el motor de la historia, no las elecciones

Desde Marx y los desarrollo posteriores de la ideología marxista por el gran Lenin y el presidente Mao Tsetung, es invariable que la lucha de clases es el motor de la historia, y que ésta se desenvuelve como el choque entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Este es parte del ABC para cualquier comunista.

Así se entiende que aquello que va marcando el desenvolvimiento político de una sociedad son los flujos y reflujos de la lucha de clases. Ahí es donde tenemos que poner nuestra atención y nuestra acción.

Viendo el curso de los acontecimientos en el mundo en su conjunto, con la Revolución Rusa de 1917 entramos en la era de la revolución proletaria mundial, donde la lucha de clases se dirige no hacia la perpetuación del capitalismo en su fase imperialista, sino hacia su hundimiento y el asentamiento del socialismo, en medio de revoluciones y contrarrevoluciones. Dentro de este proceso, el siglo XX fue testigo de las revoluciones exitosas de Rusia, China y el ascenso de las luchas de liberación nacional antiimperialistas a nivel mundial, y también de las restauraciones capitalistas en esos mismos países, junto con una amplia ofensiva contrarrevolucionaria general y convergente del revisionismo y la reacción mundial en todo orden.

Como parte de su ofensiva contrarrevolucionaria, la reacción mundial propagandizó el “fin de la historia”, la apertura económica y la “globalización” capitalista como el destino de la humanidad y la democracia burguesa como la panacea, como el punto más alto de la organizacipon social. La democracia parlamentaria, los mecanismos de elecciones y el voto universal fueron las formas políticas que sirvieron al desarrollo de las principales potencias capitalistas-imperialistas y de allí pasóa ser propagandizado como el “ideal” a ser implementado en todo el mundo. Esto, claro está, en el terreno de la propaganda imperialista, pues en los hechos se seguía aceptando el utilizar las formas democrática-burguesa tanto como cualquiera otra forma de gobierno que le resultara beneficioso, incluyendo los regimenes militares fascistas más sanguinarios.

Pero ya hacia 1990, frente a los regimenes militares, que fueron preferidos en décadas anteriores para las semicolonias, las elecciones comenzaron a ser vistas como un mecanismo más adecuado para “darles legitimidad” y “autoridad reconocida por el pueblo” a los gobiernos pro-imperialistas, dado que la lucha de clases se hacía especialmente aguda en cada lugar en que se imponían los regímenes militares. Parlamentos y gobiernos salidos de las urnas, con todo tipo de fraudes y maquinaciones para garantizar que quienes resultaran electos sirvieran a los intereses de las clases reaccionarias y el imperialismo, resultaron por el momento mejores para manejar la lucha de clases que los regímenes militares.

Por supuesto, frente a las profundas contradicciones de clase los regímenes democrático-parlamentarios no son tampoco ninguna garantía de paz social. Basta ver los acontecimientos actuales en el mundo para notar esto.

Por una parte, al agudizarse las contradicciones de clase, las revueltas populares y rebeliones pueden hacer saltar gobiernos “desde abajo”, sean electos o no, como ha ocurrido recientemente en Perú, en Nepal y Marruecos. Y por otra parte, si un gobierno “ se desbanda” y por algún motivo atenta contra los intereses de la potencia imperialista dominante, especialmente Estados Unidos, éste mantiene la costumbre de derrocar gobiernos, aún cuando hayan salido de elecciones, como ocurrió con Gadafi, Bashar al-Ásad y ahora amenaza ser realizado con Venezuela.

Es la lucha de clases la que, en último término, guía los acontecimientos. Y en ese sentido, frente al ascenso de la lucha de clases a nivel internacional, las elecciones y la forma de gobierno demoburgués va tendiendo a ser cada vez menos efectivo para manejar las contradicciones. Las sociedades avanzan a mayor agitación política y los pueblos tienden a rebelarse, y por eso las clases reaccionarias requieren de gobiernos cada vez más centralistas, ante lo cual las elecciones y parlamentos se hacen cada vez menos útiles para el imperialismo y la reacción. Esta tendencia viene apareciendo cada vez más nítidamente.

Falsa democracia, falsos comunistas

Los acontecimientos mundiales van mostrando que nos adentramos en una nueva época de revoluciones, de la cual las guerras populares en curso son su avanzada. Y para los comunistas y revolucionarios es muy necesario profundizar en el papel político de las elecciones y distinguir, con eso, las posiciones comunistas, revolucionarias, de las posiciones revisionistas, reformistas y oportunistas en general.

En lo fundamental, los sectores revolucionarios del pueblo no podemos dejar de empeñarnos en esclarecer entre las masas que la cuestión de de la farsa electoral está estrechamente vinculado a comprender que la democracia liberal no es una verdadera democracia y los “comunistas” que participan de sus elecciones no son comunistas, sino revisionistas.

Y decimos que hay que profundizar, porque no es ningún problema nuevo. Marx destacó tempranamente: “A los oprimidas se les autoriza para decidir una vez cada varios años; qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el parlamento!”

En cuanto a la cuestión de la dictadura y la democracia, desde Lenin, con su gran obra El Estado y la Revolución, entendemos que todo Estado es una dictadura de clases, donde unas clases imponen su dominación sobre otras y establecen su propio aparato burocrático-militar para garantizar esta dominación: el Estado.

La cuestión entonces es que la democracia para unos es dictadura para otros. La democracia y la dictadura tienen carácter de clase. La cuestión es cuáles clases dominan y cuáles son las clases oprimidas. Esto determina el caracter del Estado. En los países coloniales y semicoloniales, como Chile, donde el imperialismo impuso un tipo particular de capitalismo que se denomina capitalismo burocrático, las clases que controlan el Estado son la gran burguesía y los terratenientes, las que dominan a condición de mantenerse al servicio de los intereses del imperialismo, principalmente del imperialismo yanqui, como en el caso de nuestro país.

Ha sido una dictadura inmutable sobre el pueblo, desde el nacimiento de la República. Este hecho, básico para los comunistas y revolucionarios, lo expuso con meridiana claridad Luis Emilio Recabarren hace más de 100 años: “El sistema de gobierno de Chile se llama democrático –dijo– y es electivo en sufragio popular, lleno de vicios y trampas. Es un gobierno feudal y militarista que mantiene en Sud-América uno de los más poderosos ejércitos, para defender los intereses creados de los capitales extranjeros que están perfectamente garantidos, sin existir ninguna garantía para los obreros…”

Las formas de gobierno han cambiado varias veces, de formas parlamentarias o militares, en más de un momento de nuestra historia. Pero en Chile y América Latina se ha difundido la equivocada idea de llamar dictadura solo a los golpes militares; no es así, y los revolucionarios debemos trabajar duro por esclarecer esta cuestión.

La gran burguesía y los terratenientes ejercen su dictadura de clase sobre el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía e incluso sectores de la burguesía media, utilizando diferentes formas de gobierno. Es una ínfima parte de la población que acumula la gran propiedad y el capital y, controla este viejo y podrido Estado y, sobre esa base, ejerce su dominación sobre la amplia mayoría del pueblo. Bajo esta dominación, no existe posibilidad de un desarrollo nacional en beneficio del pueblo, quien quiera que sea quien gobierne bajo este mismo viejo Estado. La única verdadera transformación puede darse por el camino de una revolución democrática nacional, antiimperialista y antifeudal, dirigida por el protelariado, en curso ininterrumpido al socialismo y al comunismo. Una revolución de Nueva Democracia que destruya el viejo Estado burgués-terrateniente y levante un nuevo Estado de obreros, campesinos y el pueblo, que confisque el gran capital y la gran propiedad, expulse al imperialismo y ejerza la dominación de la inmensa mayoría del pueblo sobre la ínfima minoría que invariablemente buscará recuperar sus privilegios y restaurar su vieja dominación.

Este camino de revolución, evidentemente, no podrá darse dentro del marco de la legislación y la estructura estatal de este viejo Estado. Y por eso, en esta comprensión revolucionaria elemental del camino de la revolución en el Chile actual, la participación en las elecciones no tiene ninguna cabida para los verdaderos comunistas.

La caducidad histórica de las elecciones

A inicios del siglo pasado, la lucha revolucionaria de los comunistas consideraba la posibilidad de utilizar los parlamentos y las elecciones burguesas para hacer propaganda de la revolución. Fue práctica común el participar de las elecciones y usar los cargos para amplificar la agitación y propaganda y servir al desarrollo político de la clase obrera y el pueblo.

El propio Recabarren, en Chile, fue dos veces electo diputado y, desde allí, hizo activa defensa de la necesidad de la revolución. Sin embargo, en su propia experiencia, terminó concluyendo hacia la década de 1920 que ahí se perdía el tiempo, que más se ganaba agitando parado en un cajón desde una plaza que desde el parlamento y que ninguna transformación se podría hacer jamás desde el interior, pues en esos cargos podridos no hay personas, sino “monstruos insensibles al dolor ajeno”.

Hacia la década de 1930, el presidente Mao Tsetung en China ya observaba que, en la práctica de la lucha de clases internacional, ningún país había avanzado verdaderamente en la revolución utilizando las elecciones. Sólo los seguidores del revisionismo –falsos comunistas– que interpretaron oportunistamente la política antifascista de frentes populares de la Internacional Comunista como una política de frentes electoreros, fueron los que abrazaron como su camino la idea de la participación en las elecciones de los viejos Estados reaccionarios. Manteniendo de nombre el comunismo, los revisionistas más descarados como el P”C” de Chile “archivaron” indefinidamente el programa revolucionario del proletariado y el pueblo para volcarse como partido electorero burgués; los más solapados mantuvieron cierta fraseología revolucionaria que incluso hoy mantienen, fundamentando su oportunismo en la tesis de Lenin de “todas las formas de lucha”, sin contemplar el desarrollo del marxismo en las décadas posteriores al Lenin, que demostró la caducidad histórica y política del camino electorero.

En el momento actual, cuando la lucha de clases a nivel internacional va mostrando que el mundo avanza en una nueva era de revoluciones, donde las guerras populares dirigidas por comunistas marxista-leninista-maoístas son la avanzada de los pueblos; donde las luchas de liberación nacional en África y Asia golpean efectivamente los intereses imperialistas; donde las masas populares se levantan, hacen temblas e incluso derrocan gobiernos, sean electos de las urnas o no; donde hasta las más “ilustres democracias” como en Francia y Alemania se restringen las libertades demoliberales y se reprimen brutalmente las protestas populares; donde la corrupción sin verguenza se expresa en todos y cada uno de los gobiernos, se va viendo que, a nivel global, la farsa de las elecciones se hace cada vez más evidente y la supuesta legitimidad popular de los gobiernos salidos de las urnas es cada vez menos convincente para el pueblo.

Cabe entonces a los revolucionarios la tarea de ayudar a esclarecer por qué las elecciones son una farsa, qué las elecciones de votación popular no son sinónimo de democrácia, sino un mecanismo que buscar legitimar la dictadura de clase de la reacción sobre el pueblo; explicar que para el pueblo el camino es la revolución y que, en este camino, las elecciones no tienen cabida; y que, en este sentido, la posición frente a las elecciones reaccionarias es un elemento más que sirve a diferenciar con claridad el comunismo del revisionismo.

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